Palabras de adiós a mi maestro
Por Tomás Fernández Robaina
Mi querido Rogelio Martínez Furé, la noticia de tu salida para el desconocido más allá me llegó cuando poco me faltaba para terminar mi almuerzo, que abandone de inmediato ante la imposibilidad de tragar mi último bocado. De repente, y a la velocidad de la luz cruzaron por mi mente los recuerdos de nuestros encuentros en la Biblioteca Nacional, cuando conversábamos sobre la importancia de los pueblos africanos por sus aportes históricos y culturales a la humanidad, y en particular a la formación nuestro país.
Siempre destacaste relevancia de la literatura tradicional oral, y de la escrita, que abordaste con pasión y sistematicidad, traduciéndola al español, dándola a conocer a los investigadores y estudiosos en nuestros países y a los amantes de ellas en otras latitudes.
Tengo presentes tus sueños entonces de las obras que deseabas hacer, y de las que ya tenías escritas sobre las religiones africanas, sus cantos, vestuarios, bailes, sus dioses, orishas que siempre espere leerlas como libros, pero al cotejar algunas con las vigentes aun en mi memoria, no las veo en tu bibliografía activa.
FuÍste el etnógrafo de mayor sapiencia en Cuba, y uno de los continuadores del laboreo iniciado en 1906 con Los negros brujos, por Fernando Ortiz (1881-1969), sumándosele años más tarde Lydia Cabrera, Rómulo Lachateré, Gustavo G. Urrutia, y Teodoro Díaz Fabelo. Brindaste charlas y conferencia, en fábricas, sindicatos, escuelas primarias, en los sábados de la rumba, adecuando el rigor que empleabas en los centros docentes del mayor nivel académico a los diversos espacios desde los cuales difundiste tu amor por nuestra cultura, sus diversas raíces, subrayando siempre la importancia de los aportes africanos a la formación histórica y cultural de Cuba, de nuestra nacionalidad. Nunca faltó en tus charlas y conferencias el sentido de pertenencia a nuestra Isla. Contribuiste en ese sentido, de modo muy especial, a la concientización de muchos estudiantes, profesores e investigadores de las partes esenciales que integran la cubanidad, fuiste un vivo ejemplo de lo que es reamente un cubano.
Juntos nos veremos en ese mundo desconocido hoy por mí, pero en el cual estaré, más tarde o más temprano. Gracias mi querido Rogelio, por haberme enriquecido con tus enseñanzas en la lucha que libramos contra la discriminación racial en nuestras repúblicas en América y en otras latitudes para dar a conocer la historia actual de los descendientes del holocausto de más de tres siglos que duro la esclavitud entre nosotros y que perdura aisladamente en determinadas regiones de nuestro planeta, gracias de nuevo por provocarme a escribir estas líneas.
Gracias, Rogelio.