DETRÁS DE LA CONGA DEL MESTIZAJE, NO ARROLLO YO. Por ALBERTO ABREU ARCIA

Constituye una total falta de rigor científico y una verdadera contradicción criticar al racismo y al colonialismo proponiendo como solución el paradigma del mestizaje. Las falacias del mestizaje: su rol tanto en la re-simbolización  del racismo como en el fortalecimiento de la blanquitud y sus imaginarios aristocratizantes; y todas las desarticulaciones, relaciones asimétricas de poder que dicha noción enmascara, relativiza y perpetúa; han sido expuestas por prestigiosos pensadores dentro de estudios culturales latinoamericanos, los estudios afrolatinamericanos y decoloniales.

Repasemos algunas de estas opiniones:

«[…] pese a su tradición y prestigio, – asevera Antonio Cornejo Polar- el concepto de mestizaje es el que mejor falsifica de una manera  más drástica la condición de nuestra cultura y literatura. En efecto lo que hace es ofrecer imágenes armónicas de lo que obviamente es desgarrado y beligerante, proponiendo figuraciones que en el fondo solo son pertinentes a quienes convienen imaginar nuestras sociedades como tensos y nada conflictivos espacios de convivencia»(Cornejo, 1989, p.21).

Jean-Loup Amselle antropólogo y africanista, director de estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (París) y redactor en jefe de los Cahiers d’études africaines en una entrevista titulada “El mestizaje: una noción que es una trampa” sostiene:  “En mi opinión, la primera trampa de esa noción es obligarnos a pensar que han existido culturas puras, del mismo modo que se pensaba que habían existido razas puras. Todo mestizaje remite a la idea previa de que la humanidad está compuesta de linajes separados que finalmente, quizás, van a verse reunidos. Detrás de la teoría del mestizaje, está la de la pureza de las culturas” (Amselle, 2000, p. 63).

Mientras Agustín Laó-Montes, al repasar el rol desempeñado por la ideología del mestizaje (sus narrativas sobre la historia, la identidad y su matiz hegemónico) en las luchas por la democracia y la justicia social en América Latina durante la década finales del 30 hasta el 50. Observa: “Más allá de estas prédicas de igualdad, estos discursos del mestizaje eran básicamente eurocéntricas y ello estaba dado en su narrativa histórica de progreso, basada en una valorización jerárquica de ‘razas’ y culturas en las cuales los componentes europeos se mantenían como dominantes, lo indígena tendía a quedar en el pasado y lo africano se mantenía marginalizado como la raíz menos importante, la  mencionada “tercera raíz”. (Laó-Montes, 2020, 75)

El curador y crítico de arte Gerardo Mosquera revela las opresiones que enmascaran esas narrativas de síntesis y unidad racial, alentadas por los discursos historiográficos y normativos del deber ser de la nación cubana: “La noción de mestizaje posee un doble filo que le permite ser manipulada como un relato de integración armónica que oculta las contradicciones sociales que tras esa supuesta noción de síntesis actúan discriminatoriamente en la realidad” (Mosquera, 1995, p.205).

Fue precisamente el enfrentamiento a los discursos del mestizaje, promovidos y salvaguardados por la élites criollas blancas latinoamericanas, uno de las principales objetivos de las luchas protagonizadas por de los movimientos afro e indígenas a finales del siglo XX para, a través de reformas constitucionales, declarar a sus respectivos estados como multiculturales pluriétnicos, y plurinacionales. Y que originaron a cambios constitucionales profundos en países como Colombia, Nicaragua, Perú, Bolivia, Venezuela, Brasil, Ecuador, Guatemala y México.

Por otro lado, como reconoce y celebra la convocatoria al Primer Encuentro Internacional de Investigadores en Estudios Afrolatinoamericanos, celebrado en mayo del 2020, en la Universidad de Cartagena, Colombia. “Durante los últimos veinte años, la academia ha consolidado un campo de estudio específicamente vinculado a las comunidades negras de América Latina, al que hoy reconocemos con el nombre de ‘estudios afrolatinoamericanos’. Su institucionalización, a través de la creación de posgrados, publicaciones científicas, producciones artísticas y multiplicación de eventos académicos, al mismo tiempo que ha diversificado tendencias, perspectivas y líneas de estudio que reproducen los discursos sociales, ha construido categorías teóricas que definen al campo y lo particularizan.

Llegado a aquí, toca preguntarse: ¿Por qué el discurso oficial, la academia y el pensamiento social cubano a estas alturas del siglo XXI insisten en la noción de mestizaje como paradigma de la nación? Cuando es archireconcido que la misma ha sido un instrumento del epísteme racista y eurocéntrico de la modernidad-colonial ¿Desfasaje o conservadurismo teóricos? Por otro lado, ¿qué intranquilidades raciales, políticas, identitarias se busca sosegar? ¿Qué opresiones, silencios y ademanes de blanqueamientos enmascara dicho concepto detrás su aspiración racialmente homogenizadora?

En las líneas que siguen intentaré ensayar algunas repuestas a estas interrogantes adentrándome por los intersticios del juego discursivo entre lo dicho y lo desplazado, entre lo declarado en el discurso y lo que este, al mismo tiempo, busca silenciar u ocultar. De gran utilidad para este análisis serán los términos de intertextualidad e interdiscursividad.

Como es sabido los discursos no circulan ni migran solo, como si estuvieran dotados de autonomía o capacidad de acción. Su puesta en escena depende de la operación de un grupo de agentes sociales que no solo lo producen, sino que además lo circulan e interpretan. Dicha operación es inseparable de los criterios y cosmovisiones que el grupo responsable de su puesta en circulación tiene de determinados fenómenos sociales, políticos, étnicos, raciales, históricos, culturales, etc. En consecuencia con esto, por el lugar desde donde se enuncian y su capacidad para imponer sentidos la puesta en escena de los discursos también expresa relaciones de poder.

A partir de estos elementos les propongo leer este reposicionamiento de la noción de mestizaje enunciado tanto desde la Comisión Aponte como desde el Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial desde una dimensión estratégica. Como una noción que resulta muy “conveniente” o “ventajosa” pues está en armonía con estas lecturas “políticamente correctas” que han venido realizando la academia y las instancias del poder político sobre la problemática racial cubana.

Es decir, que su puesta en circulación, no es fortuita, sino que parece ser fruto de un ejercicio de caución a través de la cual se busca no “incomodar” a esos sujetos, actores, agentes sociales e instancias que, dentro de la escena nacional, codifican esos imaginarios, cánones de representación y paradigmas interpretativos eurocéntricos tan arraigados en la tradición letrada cubana y que son inseparable de su secular miedo a la africanización de la Isla.

Lo curioso de este reposicionamiento del mestizaje desde un punto de vista intertextual y interdiscursivo evoca, cita, y reinscribe aquella conducta caución que nuestros patricios modernizadores -en la primera mitad del siglo XIX- proponían para librarse de lo que estimaban su propia basura: el cuerpo negro.    

En la textualidad de Francisco Arango y Parreño, el lenguaje que nombra y designa al sujeto negro está impregnado siempre de inflexiones que denotan suspenso y zozobra. Desde esta dimensión, sus textos narrativizan el miedo al negro. Lo instituyen como un relato de pánico en nuestra nacionalidad. (Abreu, 2017, 83) En sus «Ideas sobre los medios de establecer el libre comercio de Cuba y de realizar un empréstito de veinte millones de pesos» (1816) afirma lo siguiente: «Cuba no puede tener completa seguridad si no es blanqueando a sus negros. No nos alucinemos, repito. No hay momento que perder. Tomemos los caminos que nos recomienda la política y antes señaló la justicia». (Abreu, 2017, 84)

Domingo Del Monte quien, junto a José Antonio Saco y Arango y Parreño, es tenido por los discursos del nacionalismo cubano como figura cimera en esa genealogía de patricios ilustres fundadores de nuestra nación, y a quienes el pensamiento social cubano contemporáneo sintomáticamente no sólo re-edita, sino también re-semantiza concuerda con Parreño y Saco en la caución como estrategia para eliminar a la raza negra de la nación cubana: «no por medios violentos ni revolucionarios, sino templados y pacíficos…», hasta conseguir su extinción. (Abreu, 2017,86)

Reparemos en esta otra cita de Del Monte, el protector del esclavo poeta Juan Francisco Manzano, donde vuelve a explicitar no solo las razones, sino también cómo lograr la expulsión definitiva de negros y mulatos del cuerpo político y cultural de la nación que se imaginaba. 

Cuba se persuadirá al cabo que su mal le viene de la esclavitud de los negros: que ni esta institución abominable, ni esta raza infeliz se avienen con los adelantos de la cultura europea: que la tarea, el conato único, el propósito constante de todo cubano de corazón noble y santo patriotismo, lo debe cifra acabar con la trata primero, y luego en ir suprimiendo insensiblemente la esclavitud. Sin sacudimiento ni violencias: por último limpiar a Cuba de la raza africana. Esto es lo que dicta la razón, el interés bien atendido, la política, la religión y la filosofía, de consuno, al patriota cubano […] (Abreu, 2017, 86- 87)

No olvidemos que Del Monte está considerado por nuestra historiografía literaria como uno de los artífices del canon fundacional de lo cubano. Por lo que estos pronunciamientos suyos apuntan hacia una fisura y designan el status de expatriado que tienen tanto el letrado como el sujeto literario negro en el orden de la representación literaria y dentro del sistema literario que Del Monte se afana en delinear.

Un campo letrado y un canon fundacional cubano  que excluyeron de sus recintos a la negritud. Y no era para menos si atendemos al hecho que, dado nuestro status colonial, desde su gestación dicho canon se concibió como un apéndice de Europa.

Como ven la narrativa del mestizaje mantiene intactas las estructuras de conocimientos “científicos” producidas desde un racismo epistémico que destierra e interioriza las formas de pensar diferente a las instauradas por esa academia occidental.

Mi total rechazo a la ideología del mestizaje tiene que ver con los modos en que, durante este proceso de hibridación, el grupo hegemónico subsume imaginarios, creencias, costumbres, prácticas simbólicas y sistemas comunicativos considerados como bárbaros, vulgares y primitivos por el orden simbólico occidental, al tiempo que mutila y silencia zonas de la memoria e imaginarios provenientes de los espacios de otredad racial, los cuales son desterradas del canon y el corpus de la literatura nacional. En consecuencia,  la noción de mestizaje, más allá de su presunto carácter inclusivo, termina reafirmando la colonialidad (su entramado de violencia corporal, epistémica, simbólica) que niega sentido de ser, identidad propia, racionalidad intelectual y agencia histórica al sujeto negro.

Es justamente aquí, cuando el mestizaje revela las marcas de lo que Boaventura de Sousa Santos ha definido como «epistemicidio»; refiriéndose a esa lógica genocida, de destrucción de saberes, limpieza étnica y muertes practicada por el colonialismo europeo sobre los pueblos afro e indígenas durante la conquista. En nombre de la razón ilustrada como único garante de la objetividad y como una muralla capaz de contener de lo “irracional”, “lo primitivo”. En nombre de la “razón” o la “ilustración”, la modernidad suprimió otras formas de conocimiento, disciplinó y exterminó cuerpos que tildó de “desechos”.

En este punto me vienen a la mente las lecturas contrapuestas que los discursos nacionalistas e historiográficos sobre el deber ser de la cubanidad han realizado a partir de la mulatez de Plácido y Guillén.

Un dato que nos ayuda a entender por qué afirmo que la puesta en escena de la noción del mestizaje en el actual escenario de la lucha contra el racismo y la discriminación racial en Cuba ha devenido en atenuante que busca calmar el “miedo al negro” que todavía sobrevive en el campo letrado cubano. Está en la satanización que, un segmento bastante influyente dentro del campo académico de la Isla, viene haciendo de términos como afrocubanos, afrodescendientes. O las categorías eufemística (racismo de baja intensidad) acuñadas por el ámbito académico para describir al racismo cubano

La presunta voluntad homogeneizadora de la identidad nacional que proclama el mestizaje y sus diferentes sinonimias (color cubano, ajiaco, mulatez, etc.) se traduce en un no-reconocimiento del derecho que tienen tantos negro/as y mulato/as de hablar desde un lugar de enunciación racialmente diferenciado y producir un saber sin necesidad de recurrir al rol ventrílocuo que, desde su privilegio de enunciar, históricamente ha detentado en Latinoamérica el intelectual blanco, heterosexual y de clase media.  

Las lecturas tranquilizadoras de los textos y sujetos coloniales que propone el mestizaje reproducen, en el orden del conocimiento, una epistemología, un sistema de saberes sobre lo social  y una filosofía de la historia acometida desde paradigmas eurocéntricos, que no toma en cuenta o empequeñece las cicatrices, fracturas, exclusiones que produjo la diferencia colonial en estas identidades que configuró como subalternas. Dichas lecturas, por el contrario, intentan silenciar o invisibilizar las heridas y los recuerdos malditos en busca de una imagen falsamente armoniosa del nosotros nación. Empeño, por demás, peligroso ya que enmascara la diversidad de proyectos raciales, sociales, culturales, de género y clase que configuran esta expresión, donde diferentes memorias evalúan su pasado y proponen sus diversos futuros (Abreu, 20017, 80-81)

Desde esta percepción teleológica y metafísica de la identidad nacional, que impide pensar la otredad y la diferencia, el mestizaje es un dispositivo que posibilita la evacuación del cuerpo negro de la nación y donde la esclavitud deja de tener una esencia ignominiosa, para ser el fenómeno armonizador que permitió el contacto de los blancos con lo africano.

El mestizaje silencia esos nódulos y universos problemáticos que los estudios afrolatinoamericanos y afrocaribeños han colocado en su centro. Donde la identidad racial negra, por su naturaleza translocal y afrodiásporica, se construye como entidad fluida, diversa, relacionable. Formada en la diferencia colonial; en medio de procesos marcados por la esclavitud transatlántica y el colonialismo; por la diasporización, las dislocaciones violentas, el destierro y el desplazamiento. Que ha fundado corrientes intelectuales, expresiones espirituales, religiosas, culturales, movimientos sociales y proyectos políticos signados por la hibridez y la contaminación que desconstruyen y descolonializan los imaginarios espaciales y temporales metropolitanos. Pues  operan como una contranarrativa y  al mismo tiempo como un gesto de autoafirmación frente a los megarelatos historiográficos canonizados por la modernidad occidental y esa colonialidad del ser que construyó a los pueblos de las diáspora africana como identidades abyectas.

Lo expuesto hasta aquí nos habla sobre la urgente necesidad de un debate relacionado con la permanencia en las ciencias sociales cubanas del episteme racista y eurocentrado de la modernidad occidental y sus consecuentes formas hegemónicas de conocimiento que marginan otras formas de pensar  como las provenientes de la negritud y sus conocimientos ancestrales.

Durante el transitar del sujeto negro por la historia de la nación cubana, la ideología del mestizaje, (el color cubano, el ajiaco o la mulatez) ha servido para tranquilizar a la hegemonía blanca y a los discursos del nacionalismo cubano del secular miedo al negro que, desde  su génesis,  han padecido la nación cubana. Para, en nombre de una supuesta identidad homogénea, continuar perpetuando los silencios, tachaduras y omisiones, que niegan al sujeto afrocubano la capacidad para agenciar su propio destino histórico. Así como sus actos de cimarronaje, de contranarrativa, como práctica descolonial que forman parte una larga tradición crítica en la creación cultural y producción intelectual forjada por los pueblos de la diáspora africana en el Caribe y América Latina Aimé Cesaire, Edouard Glissant, Kamaw Brathwaite Gustavo Urrutia, y CLR James, Ángel Quintero Rivera, Frank Fanon y “que responden a racionalidades de vida, modos de pensamiento, formas estéticas, y proyectos de liberación, surgidas casa adentro de Nuestra Afroamérica, que constituyen desafíos y alternativas a la colonialidad del poder y el saber” (Laó-Montes). El cimarronaje, aquí lo asumimos  a la manera de Neil Roberts en su libro Freedom as Marronage (La libertad como cimarronaje) “como proyecto político y epistémico fundamentado en las experiencias y saberes Afroamericanos, como prácticas de liberación que constituyen formas vernáculas de significar e implementar el principio ético-político de la libertad, transcendiendo la mera dialéctica de esclavitud y libertad que informa la teoría política occidental desde el liberalismo clásico” (Laó-Montes, 2020, 39).

Como sostienen Georgina Herrera, Inés María Martiatu y Deysi Rubiera (esas negras viejas de antes): un mestizaje, y un color cubano que se obtuvo sobre las violaciones de sus ancestras en los barcos negreros y en los barracones de los blancos destinados a los criaderos de esclavos.

Por eso cada vez que desde el discurso oficial, la academia o el pensamiento social cubano desde supuestas posicionamientos antirracistas, anti/descoloniales se enuncia la noción de mestizajes o sus sinonimias, (quiérase o no) y termina siendo ambiguo y contradictorio. Y al mismo tiempo la aporía que mejor corrobora que el racismo antinegro continúa siendo un caso de irresolución simbólica dentro del imaginario nacional cubano.

Abreu Arcia, Alberto (2017). Por una Cuba Negra. Literatura, raza y modernidad en el siglo XIX, Hypermedia Ediciones.

Cornejo Polar, Antonio (1989). «Los sistemas literarios como categorías históricas. Elementos para una discusión latinoamericana», Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año XV, No. 29, 1er semestre de 1989, Lima, pp.19-25

Jean-Loup, Amselle (2000). “El mestizaje: una noción que es una trampa” Traducción del francés de Desiderio Navarro, Science Humaines, nº 110, noviembre.

Laó-Montes, Agustín (2020). Contrapunteos Diaspóricos. Cartografías políticas de nuestra afroamérica, Universidad del Externado de Colombia, Colombia.

Mosquera, Gerardo (1995). “Hacia una postmodernidad ‘otra’: África en el arte cubano”, Cuba siglo XX: Modernidad y sincretismo [catálogo], Centro Atlántico de Arte Moderno, Las Palmas de Gran Canaria.

Roberts, Neil (2015). Freedom as Marronage. University of Chicago Press

Publicado por afromodernidad

Intelectual afrocubano, activista contra la homofobia y la discriminación racial. En el 2007 obtuvo el premio Casa de las Américas en ensayo artístico literario por su libro Los juegos de la Escritura o la (re) escritura de la Historia. Ha publicado otros libros como: El gran mundo (cuentos), Virgilio Piñera. Un hombre una Isla (Premio UNEAC de ensayo, 2000) La cuentística de El Puente o los silencios del canon narrativo cubano (Aduana Vieja, 2016) y Por una Cuba negra. Literatura, raza y modernidad en el XIX (Editorial Hypermedia, 2017).

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