Las lecturas tranquilizadoras de los textos y sujetos coloniales que propone el mestizaje reproducen, en el orden del conocimiento, una epistemología, un sistema de saberes sobre lo social y una filosofía de la historia acometida desde paradigmas eurocéntricos, que no toma en cuenta o empequeñece las cicatrices, fracturas, exclusiones que produjo la diferencia colonial en estas identidades que configuró como subalternas. Dichas lecturas, por el contrario, intentan silenciar o invisibilizar las heridas y los recuerdos malditos en busca de una imagen falsamente armoniosa del nosotros nación. Empeño, por demás, peligroso ya que enmascara la diversidad de proyectos raciales, sociales, culturales, de género y clase que configuran esta expresión, donde diferentes memorias evalúan su pasado y proponen sus diversos futuros.
Desde esta percepción teleológica y metafísica de la identidad nacional, que impide pensar la otredad y la diferencia, el mestizaje es un dispositivo que posibilita la evacuación del cuerpo negro de la nación y donde la esclavitud deja de tener una esencia ignominiosa, para ser el fenómeno armonizador que permitió el contacto de los blancos con lo africano.