Tomás Fernández Robaina: lo cimarrón como una ética de vida. Por Alberto Abreu Arcia

Murió Tomás Fernández Robaina. Aunque la noticia, desde hace tiempo, era una realidad inminente para la cual muchos de sus amigxs intentamos emocionalmente prepararnos. Ahora, que es un hecho consumado, no deja de sumergirme en el letargo y abatimiento. ¿Cómo lidiar con esta sensación de vacío, que no se limita solo al deceso del amigo, sino también del hermano de lucha, del experimentado e indómito militante antirracista?

Su fallecimiento ocurre en un contexto muy peculiar para el Movimiento Afrocubano y sus luchas. Voy a traer a estas páginas la noción de «campo de interlocución» propuesta por Alejandro Grimson, porque considero que la misma, como ninguna otra, describe el actual escenario de la lucha antirracista en Cuba. Dicha categoría designa a un espacio «dentro del cual ciertos modos de identificación son posibles mientras otros quedan excluidos» (2011: 179).  Y, «donde los actores y los grupos se posicionan como parte del diálogo y el conflicto respecto de otros actores y grupos». De ahí que circulen representaciones divergentes sobre una temática de interés común. Tales disputas dentro de un campo de interlocución, de una manera u otra, aluden a las contiendas sobre la propia definición del campo. «Es decir que un campo de interlocución implica una economía política de producción de identificaciones» (2011: 179).

El 1) «reconocimiento» oficial de la existencia del racismo y la discriminación racial y la creación de un Programa Nacional al respecto; 2) el arribo de una nueva generación al campo cubano de la negritud con nuevas propuestas, interrogantes e intranquilidades epistémicas, identitarias y políticas; 3) la existencia de un escenario político y social cada día más complejo para la nación marcado por una crisis económica sin precedentes y los desastrosos efectos de una galopante inflación cuyo impacto en la población afrodescendiente resulta más alarmantes. Constituyen, a mi modo de ver, las coordenadas fundamentales que, en el presente, articulan las lógicas y dinámicas de este campo.

Si, por un lado, la primera de estas coordenadas es el resultado de las presiones y demandas enarboladas, desde hace décadas, por el Movimiento Afrocubano y la heterogeneidad de voces militantes en el mismo, quienes —a través de diferentes fórums, plataformas digitales e innumerables números artículos— exigieron al Estado romper el silencio sobre el racismo y abrir el debate público sobre el mismo. Por otra parte, la misma ha transformado el actual escenario de la lucha antirracista cubana en un espacio de competencia por el reconocimiento oficial, unido a la voluntad de un grupo de actores posicionados en ciertos segmentos de la academia —para quienes hasta hace cerca de una década la problemática racial cubana era un «no tema» —por monopolizar y capitanear dicha discusión.

Desde luego, que esta problemática no es nueva, forma parte de las contiendas discursivas y las luchas interpretativas que, desde principio de milenio, atraviesan el campo cubano de la negritud. Sin embargo, a medida que el «reconocimiento» oficial de esta problemática racial se ha hecho más visibles o se ha traducido en acciones y estrategias más concretas por parte del Estado y su sistema de instituciones. Se han desplegado un grupo de estrategias encaminadas a lograr la invisibilidad y borramiento de ciertas voces «incómodas» con una marcada influencia en la historia del Movimiento Afrocubana de las últimas tres décadas. Lo que supone la consecuente e irresponsable negación de un pasado de lucha y de producción de conocimiento enunciada desde el activismo que son el producto acumulado de ese campo y su propia historia.

No por azar, en esta coyuntura, mucha/os: ávidos de liderazgo y protagonismo han hecho del oportunismo político (entiéndase por esto los continuos guiños y galanteos al poder para demostrar que se es «políticamente confiable») una práctica recurrente que busca el reconocimiento oficial. Es decir, la legitimidad que les permita, por una parte, convertirse en interlocutores directos con el poder para la problemática racial, y, por otra, la «autoridad» para hablar oficial y públicamente en nombre de la/os negra/as y, al mismo tiempo, velar porque sus luchas y demandas reivindicativas se mantengan dentro de los límites establecidos. O sea, que no transgredan o vulneren los preceptos, sanciones, regulaciones, narrativas y perspectivas epistémicas del campo político.  Entorpeciendo no solo la relativa autonomía del campo cubano de la negritud que, como todo campo tiene una historia y tradición independiente del poder, sino la construcción de una verdadera agenda antirracista que tome en cuenta las complejas y heterogéneas fuerzas que hace desde décadas, a través del Movimiento Afrocubano, han venido forjando y manteniendo viva una tradición de lucha contra el racismo cuando el mismo era políticamente incorrecto.

Considero sintomático que sea precisamente en esta coyuntura donde las nociones de articulación (Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Stuart Hall, Bruno Latour y Donna Haraway), descolonial se convierten en rótulos de moda, que corren el riesgo de perder todo su potencial teórico-político para describir la conformación de prácticas y sujetos políticos. Y terminen homologándose con la de homogeneidad, ratificando a un sujeto político monolítico.

Es precisamente en el escenario que acabo de describir donde el deceso de Tomás Fernández Robaina nos coloca frente a un vacío insalvable. Tomás hizo de lo cimarrón una ética de vida. Hasta sus últimos días fue muy crítico e intransigente con toda postura de oportunismo y el arribismo dentro del Movimiento Afrocubano. Cuando hablar de la del racismo antinegro cubano conllevaba a severas reprimendas y exclusiones políticas. (Recordemos que su libro El negro en Cuba 1902-1958 tuvo que esperar quince años en las editoriales hasta conocer finalmente la letra impresa). Tomás tuvo que lidiar con las amonestaciones y el desprecio de funcionarios, intelectuales y académicos cubanos. En cambio, años después aquellos negadores del racismo eran presentado, por el discurso oficial, como las voces autorizadas para hablar del tema en Cuba. Él nunca los olvidó.

Tomás Fernández Robaina resultaba incómodo. De ahí los intentos por silenciarlo, ningunearlo, desplazarlo. Tomasito, (quien para más seña era un maricón como dicen en mi barrio convicto y confeso) tuvo que luchar contra esto y contra la machanguería oficialista de una negrada también homofóbica. Diría que empleó bastante energía en esa lucha. Por eso, no dudo que su ausencia resulte conveniente para mucho de estos oportunistas. Una piedra menos en sus zapatos.

Trabajador incansable. Hasta hace apenas unos meses, cuando la enfermedad le fue restando el ímpetu físico e intelectual para acometer grandes proyectos, y como no podía estar sin sentarse frente a la laptop empezó a escribir sus sueños. Me contaba Elio, su asistente, que se levantaba y escribía lo que había soñado. En una ocasión, mientras hablábamos por teléfono, lo interpelé sobre la veracidad de este hecho. Se limitó a contarme el sueño había tenido la noche anterior. Era alucinante y revelador. Su último gesto público como intelectual y de compromiso por el Movimiento Afrocubano en el cual no sólo militó, sino que fue una de sus figuras cimeras, fue la firma de la «Declaración a propósito de la Cumbre Internacional Afrodescendiente de Puerto Rico y del panel “Las islas que se vacían. El caso de Cuba”».

Todas las mañanas, puntualmente, a las ocho, a veces antes, me llamaba por teléfono. Así fue hasta que la salud se lo permitió. Eran como matutinos. Las llamadas no pasaban de los tres minutos. Nos dábamos los buenos días, intercambiábamos chismes o comentábamos algún hecho relevante y los planes que teníamos para ese día.

Al morir deja una obra cuyo valor y trascendencia es imposible prever. La afirmación puede parecer un lugar común. Una frase hecha que decimos de todo intelectual cuando acaba de fallecer. Sin embargo, en su caso la magnitud de su producción intelectual es totalmente desconocida incluso por muchos de sus admiradores y colegas en la isla. Quienes, a veces, solo ven en él, al maricón que la desbordante y caustica imaginería de Reinaldo Arenas inmortalizó como «La Goyesca».

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En su fecunda labor concurren y entrecruzan diversos campos disciplinarios. En el primero y más relevante, se inscriben sus estudios sobre la historia del negro en Cuba, sus contribuciones no solo en la gesta de un pensamiento anticolonial, sino también de una tradición propia teórica enunciada desde su propio cuerpo racializado. Esta zona de su obra sobresale por su dimensión arqueológica, por lo rigurosa y bien documentada de sus pesquisas. Por la manera en que desciende al basurero de la historia oficial en busca de aquellos nombres, documentos, sucesos protagonizados por negra/os que la historiografía oficial y los discursos del nacionalismo cubano, desde su afán por construir un paradigma de nación y cubanidad blanco excomulgaron. En esta línea produjo títulos como: El negro en Cuba 1902-1958 (1990), Cuba: personalidades en el debate racial (2008) e Identidad afrocubana: cultura y nacionalidad (2009), Antología cubana de pensamientos antirracistas, La cuestión racial en Cuba Pensamiento y periodismo de Gustavo E. Urrutia (2018)los cuales son de lectura ineludiblepara entender los complejos y contradictorios procesos de lo que ha sido el devenir del negro en la nación cubana.

Pasando por sus múltiples investigaciones sobre los imaginarios del deseo diferente en Cuba. En este campo nos ha dejado textos de un valor inestimable para los archivos de la disidencia sexogénerica en Cuba. Se trata de escritos que asumen la urgente y compleja tarea —en medio de tantos gestos de borradura y desmemoria— de diseñar una arqueología y genealogía sobre el devenir del Movimiento LGBTIQ+ en la isla, a partir de sus gestos de resistencia y contestación durante las décadas del sesenta, setenta, y ochenta marcadas por la UMAP, las casi diarias redadas policiales contra los gays y otras las prácticas de autoritarismo, la homofobia, la represión y el disciplinamientos de los cuerpos. Codificados en la manifiesta voluntad del discurso político de aquellos años por construir al «hombre nuevo» como arquetipo del nuevo sujeto revolucionario.

En su libro Hablen paleros y santeros (1994) nos ofrece un dato sorprendente sobre la existencia de una Asociación de Lesbianas en Cuba las cuales adoraban a Obatalá y a Inlé.  Pero su estudio más ambicioso y controversial en esta vertiente, y el menos conocido o atendido, sin lugar a dudas, fue «El proyecto revolucionario y los homosexuales» una monografía cargada de datos y referencias desconocidas como la existencia de La Organización Nacional de Entendidos (ONE) a la cual le consagra varias páginas. En este punto, el análisis de Tomas se coloca como una contranarrativa que impugna aquellos presupuestos y referentes históricos sobre los que se erigen los intentos(Diego Falconi Trávez «La leyenda negra marica: una crítica comparatista desde el Sur a la teoría queer hispana») derevisión del legado genealógico de la teoría queer/cuir latinoamericana escrita en castellano y enunciada desde la academia estadounidense e inglesa.  

Sus investigaciones en el campo de las religiones afrocubanas, desde aquella temprana Bibliografía de estudios afroamericanos  con prólogo Argeliers León aparecida en 1968; pasando por Hablen paleros y santeros hasta aquella ponencia titulada «Santería y candomble: dos versiones de la religiosidad de los yorubas en Cuba y en Brasil» presentada en LASA del 2009; constituyen lecturas ineludibles para el estudio de los complejos procesos culturales, históricos y sociales por los cuales ha transitado la nación cubana y rol que dentro de los mismo han desempeñado los sujetos subalternos. Además de otros ensayos como: «Género y orientación sexual en la santería» (2005) donde se entrecruzan los ejes de raza, sexo y religiosidad.  Y reflexiona sobre la exclusión de las identidades no heteronormativas en el mundo de la religión afrocubana.

Víctor Fowler, en las palabras de elogio que le dedicara en marzo del 2021 cuando le fuera conferida la Distinción por la Cultura Nacional, asevera que Tomás es uno de los grandes bibliógrafos cubanos «como han sido entre nosotros Antonio Bachiller y Morales, Carlos M. Trelles, Fermín Peraza, Araceli García Carranza […] son organizadores de conocimiento con elevado manejo de información y un fino juicio crítico, intelectuales de sus tiempos». Y argumenta: «En este, su campo como profesional de alto nivel, Fernández Robaina es hacedor de obras tan relevantes como las Bibliografía de José María Heredia (1970), Bibliografía de bibliografías cubanas (1974), Bibliografía de la mujer cubana (1985), Bibliografía de temas afrocubanos (1986) y esa gran contribución que fue haber creado el Índice general de publicaciones periódicas, repertorio de importancia enorme para el estudio de la cultura cubana en el período revolucionario». Y recuerda Fowler, con toda justeza, como: «En años recientes, tal esfuerzo se ha visto complementado por textos en los cuales él analiza u homenajea la obra de colegas, como se ve en sus Apuntes para la historia de la Biblioteca Nacional José Martí (2001) y en Crítica bibliográfica y sociedad (2011)»

Hace unos meses me vi precisado a rearmar su currículo. (Tomás lo había extraviado y era uno de los documentos que debía entregar para su nominación al Premio LASA a la Excelencia Académica en los Estudios sobre Cuba, 2024). Confieso que, en tantos años de amistad, por primera vez, tuve conciencia de la vastedad de su producción intelectual y de su labor como docente.  Finalmente logré armar 25 páginas. Donde se recogía su participación en eventos internacionales, cursos, publicaciones de libros, folletos, analíticas de fuentes seriadas que se remontaban a finales de la década del sesenta. Las cuales —como observaba Maikel Pons en el primer borrador que confeccionamos de la propuesta de argumentación—  nos colocan frente a un intelectual que ha realizado un aporte sustancial al conocimiento de la cultura cubana. «Fernández Robaina ha dedicado su vida a enriquecer el campo de los estudios cubanos y afrocubanos, demostrando una inquebrantable pasión por divulgar la rica historia y cultura de Cuba. Sus contribuciones van más allá del ámbito académico, extendiéndose a su participación activa en instituciones culturales y su papel como puente entre Cuba y la comunidad internacional».

No fueron pocas las ocasiones que sus amigos y colegas, desde diferentes instituciones, lo propusimos para los premios nacionales de Investigación y de Historia. Nunca se lo dieron.  (Incluso la Distinción Por la Cultura Nacional es algo que se le entregó tardíamente, cuando ya estaba a punto de morir). Siempre que esto ocurría, Tomás no parecía molestarse. Nos decía, que él estaba convencido que el verdadero reconocimiento a su obra llegaría después de su muerte.

Tomás, como la mayoría de los pájaros de su generación, siempre se jactó de ser un defensor a ultranza de los binarismos en lo que respecta a los roles sexuales. Para él solo existían los rótulos de tortillera, maricón y bugarrón, esas cuestiones de lo queer, eran «cosas» o «modas» actuales con las cuales no estaba de acuerdo. Sin embargo, hace un par de veranos, cuando viajó a Cárdenas para pasar unos días conmigo vimos juntos las dos temporadas de Pose. Estaba realmente fascinado. Muchos de los escenarios de la serie eran familiares de sus viajes a los Estados Unidos y sus incursiones en aquellos espacios de ligue gay.

Al mismo tiempo, era un gran conocedor de los prostíbulos, bares, solares habitados por sujetos desclasados en La Habana de los años cincuenta y en los cuales nació y se crió.Desde hace tiempo venía expresándole mi voluntad de entrevistarlo sobre sus recuerdos en torno a la presencia del negro en los espacios urbanos de la disidencia sexual y los imaginarios del deseo otro en La Habana de los años cincuenta para la antología Cuerpos de las sombras: negritudes y afrodisidencia sexual en Cuba que preparo con David Tenorio.

Entrevistar a un hombre octogenario como Tomás, —con los malestares que se derivaban de su cáncer de próstata y otros padecimientos neurológicos consecuencias las sucesivas isquemias que sufrió—era todo un reto. Y al mismo tiempo una urgencia. Una lucha que debíamos librar contra la mala memoria que siempre ha padecido la nación cubana. Alexander Hall, quien lo había entrevistado en una ocasión, volvió a abordarlo con el objetivo ampliar los que considerábamos ciertos silencios de aquella primera entrevista.Sin embargo, Tomás continuaba comportándose evasivo, sinuoso. Decidí interpelarlo directamente, sin intermediarios y de manera incisiva, frontal. Para ello elaboré un cuestionario donde retomé lo que consideraba los puntos de indeterminación o agujeros negros en su conversación con Alexander. Elio Enrique González Patterson —su asistente y heredero— grabó en un video que posteriormente transcribimos.Donde Tomas, sentado en una butaca en la sala de su casa, imperturbable, más bien desafiante mira a la cámara. A veces, hace un silencio descomunal y esquiva la pregunta diciendo que no entiende. El resultado de aquella entrevista fue un texto cargado de asaltos y provocaciones a la memoria de un período de la nación sexuada cubana poblada de héroes, eventos y escenarios que nunca figuran en nuestros librosde historias donde se narran las grandes epopeyas de la nación.  Donde Tomás vuelve a contar determinados eventos relacionados con el descubrimiento de su sexualidad, que vivió siendo en niño, en una cuartería de San Isidro donde había un cuarto sin cama, y cuatro hombres de diferentes edades, trabajaban como zapateros desde las ocho de la mañana hasta por la tarde. Cuenta que él se asomaba a ver qué hacían, hasta que uno de ellos le dijo que le enseñara mi pipi. Lo hizo y ellos también hicieron lo mismo. Esto, según Tomás sucedió varias veces, hasta que una vecina se lo contó a mi madre. Después de la denuncia a la policía y del escándalo tremendo que se formó, los zapateros abandonaron el solar.

En el 2021, para sus ochenta años, el Club del Espedrum invitó a un grupo de prominentes académicos, intelectuales y activistas (Alejandro de la Fuentes, David Tenorio, Agustín Laó Montes, Julie Skurski, Julio Cesar Guanche, Julio Moracen, Matt Pettway, Williams Luis, Jossiana Arroyo, Maya Berry, Maikel Colón y Sandra Álvarez) a que enviaran unos videos de apenas dos minutos felicitándolo. La casi totalidad de ellos, van más allá de las palabras de felicitación al intelectual octogenario y reflexionan sobre el impacto de Tomás en su obra y su vida como académicos.

Voy traer, a manera de cierre de este artículo, la transcripción que realicé algunas de estas felicitaciones. Considero que las mismas constituyen un testimonio importantísimo y de primera mano sobre el alcance del magisterio que ejerció Tomasito más allá de nuestras fronteras.

Jossiana Arroyo: «Como amiga pues te doy las gracias siempre por tu hospitalidad por ser el lugar donde siempre mucho de nosotros llegamos enseguida que pisamos La Habana. Por ser un espacio de diálogo. No siempre estás de acuerdo con nuestras ideas y viceversa, pero es un dialogo que siempre se mantiene abierto y lleno de posibilidades»

Julie Skurski: «Para mí, su trabajo intelectual está entremezclado con su práctica de la amistad como principio ético. Parte de su existencia cimarrón es su negación a separar el pensamiento de la emoción. La racionalidad de la pasión, el análisis del goce, es un apasionado pensamiento sobre Cuba y el mundo…» Recuerda Skurski la posibilidad que tuvo «de presentar, hace más de 10 años en el Congreso de Estudios Cubanos en CUNY su libro Misa para un Ángel sobre su amistad y diálogo, desde este otro mundo con el escritor Reinaldo Arenas. Al presentar su libro, combinación de recuerdos, entrevistas, sueños, invocaciones a los espíritus entendí mejor el sentido de lucha que unifica a los trabajos de Tomasito. Dirigiéndose a Arenas expresó su perspectiva: siempre hay que estar luchando, la sociedad perfecta, justa, horizontal y verticalmente está muy distante aun. La dinámica en el quehacer, en la constante rebeldía, la tenacidad y firmeza en las acciones de demandas reivindicativas. No puede haber solo condenas. El odio y el dogma son los enemigos más peligrosos de la inteligencia. Yo creo que en estos momentos tan difíciles que estamos viviendo en el mundo no hay mejor manera [que ésta] de definir la memoria crítica que necesitamos»

Maya Berry: «Lo que Tomasito ha representado para mí y para muchas personas en el mundo académicos, activistas culturales no tiene cálculos. Ha sido una fuente de sabiduría, una brújula de compromiso y una inspiración constante. Me crecí como investigadora y luchadora mirando tu ejemplo brillante, más allá de tus trabajos escritos».

Julio Cesar Guanche: «La antología del pensamiento antirracista es un monumento a lo que es la cultura cubana desde una concepción anticolonial, una concepción democrática, una concepción de justicia, de inclusión racial y social en el cuerpo de lo cubano. Desde esa lógica su labor de investigador ha sido y seguirá siendo fundamental para todos los cubanos, no solo para los investigadores, sino para la propia nación cubana. Yo creo que su obra, como otros grandes de su estirpe, vamos a decirlo así, realmente forma parte de lo mejor que hemos tenido en el pensamiento cubano, no solo antirracista, sino también del pensamiento nacional que hemos tenido en Cuba a lo largo del siglo XX».

Agustín Laó-Montes: Tomás Fernández Robaina es: «Una de las más eminentes y elocuentes voces de la intelectualidad afroamericana y de su activismo contra el racismo y todas las injusticias que se entrelazan. Tomasito, cimarrón siempre, como él mismo se identifica, es un archivo vivo de la afrocubanidad. Su memoria es una fuente imprescindible que ha nutrido a muchas personas a través del mundo, en vista de su generosidad y compromiso con el conocimiento en aras de la liberación. Legítimo hijo de Oggun, es un luchador incansable, su espíritu joven, su robusto impulso de vida y su fino sentido del humor, le dan un fabuloso don de gente».

Bibliografía:

Grimson Alejandro (2011) Los límites de la cultura Crítica de las teorías de la identidad, Buenos Aires: siglo XXI, editores.

Publicado por afromodernidad

Intelectual afrocubano, activista contra la homofobia y la discriminación racial. En el 2007 obtuvo el premio Casa de las Américas en ensayo artístico literario por su libro Los juegos de la Escritura o la (re) escritura de la Historia. Ha publicado otros libros como: El gran mundo (cuentos), Virgilio Piñera. Un hombre una Isla (Premio UNEAC de ensayo, 2000) La cuentística de El Puente o los silencios del canon narrativo cubano (Aduana Vieja, 2016) y Por una Cuba negra. Literatura, raza y modernidad en el XIX (Editorial Hypermedia, 2017).

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