Una vez más estoy en esta biblioteca, consultando sus fondos, respirando y empapándome de noticias, de hechos que se desbordan de las páginas de los libros, diarios y revistas, ansiosas de hablar, de dar a conocer todo lo que hay en sus entrañas, que no siempre se abren ante ojos ávidos de navegar por sus aguas, aguas que no siempre nos permiten flotar, porque son aguas secas, convertidas en polvillos, como cenizas de algo que fue, y que no dejan ver el fondo donde yacían tantas palabras que significaban tantas cosas que ya nunca se sabrán.
He tenido que emigrar temporalmente, los montacargas de la Biblioteca Nacional ya no pueden ascender y bajar como lo hacían antes, los años pasan y se hacen sentir, y también ellos conocen de ese transitar, aparentemente invisible, no como a nosotros, a pesar de que solemos ignorarlos, y de pronto, nos negamos a pasar cerca de los espejos, para no ver sus flores, que en cada uno de nosotros brota de modos diferentes.
Nunca olvido el texto de Carlos Manuel Trelles, cuando aconsejó a finales del siglo XIX, en su aun valioso recuento histórico de las bibliotecas en Cuba, que cuando se fuera a crear nuestra Biblioteca Nacional, la indicada para ser considerada como tal debía ser la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País. Sabia reflexión que por muy diversos intereses no se tuvo en cuenta. Pero de entonces acá ha llovido mucho, y han pasado muchos ciclones, pero también tornados internos muchos más destructivos que esos fenómenos atmosféricos en los espacios de nuestras bibliotecas, sean estas públicas, especializadas, universitarias, escolares, o en la Nacional
Alguien pudiera decir que milagrosamente esta biblioteca aún conserva cierta solera de la época cuando comencé a visitarla, a pesar de los visibles cambios habidos desde entonces, donde el maquillaje inicial se ha deteriorado, y parece que seguirá su proceso dialéctico, pues aún no se avizora ninguna computadora terminal, desde donde acceder a la información sobre las colecciones que atesora. Aun los ficheros repletos de títulos de autores y materias, a veces tan compactos que se hace difícil su búsqueda, pero esos catálogos, cada vez más fuera del tiempo actual, hace que aún se respire ese añejamiento, que conjuntamente con el olor a periódicos viejos, me hace recodar no solo esta biblioteca sino también la Nacional que visité en el Castillo de la Fuerza, cuando ni siquiera me imaginaba que el destino me deparaba el ser bibliotecario, contra el viento y la marea, huracanes que llegaron a ser, no pocos de ellos, de cinco, en la escala de Simpson, como diría Rubiera.
Siempre me atrapan los recuerdos cuando entro en este edificio de la calle Carlos III, que aún seguimos llamando así, a pesar de que dejamos de ser colonia, hace ya más de un siglo, y nadie conoce realmente quien fue ese Carlos tercero que se niega a ser borrado a pesar de haber sido rebautizada con nombres más contemporáneos, son nombres colocados en las esquinas, para confusión de los que no conocen a profundidad La Habana, que como bien se dice, es la capital de todos los cubanos.
De nuevo aquí, y me parece estar de nuevo en aquel histórico curso brindado por Mario Parajón sobre la novela de Cirilo Villaverde Cecilia Valdés, o La Loma del Ángel. Recuerdo sus comentarios sobre el argumento, los personajes, y sobre todo la teatralidad de las descripciones, que facilitaron mucho la versión musical. Subrayaba en este sentido la entrada de Cecilia Valdés en la narración y en la zarzuela.

También mantengo fresca la anécdota que nos narró sobre la selección del espacio donde se encuentra el edificio que alberga la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País. En aquella época, era un lugar no distante del centro de la ciudad, pero tranquilo, sin ruidos en los alrededores, el sitio perfecto para construir una biblioteca. Sin embargo, cuando impartía sus clases, había momentos que su voz quedaba oculta detrás de los gritos, de los alumnos jugando en una escuela que se había abierto al lado, y en otras ocasiones por la música y cantos de los aficionados, o de las actividades de la Casa de la Cultura de Centro Habana, no distante de la biblioteca.
He pasado muchas horas y días revisando periódicos y revistas que no se encontraban en mi amada Biblioteca Nacional, a pesar de que muchos de los títulos, que conformaban los fondos originales de esta institución fueron llevados a la Nacional en los primeros años de la Revolución. Pero además, a partir de la lectura de Trelles, me convencí de que fue un error la creación de la Biblioteca Nacional de Cuba del modo que se hizo. No obstante ser todos ellos intelectuales reconocidos, historiadores, no tuvieron en cuenta que la mayoría de las Bibliotecas Nacionales surgidas después de la independencia, se nutrieron y se crearon a partir de las ya históricas bibliotecas de las Sociedades Económicas de Amigos del País.
¿Cómo se decidió crear una Biblioteca Nacional sin libros, sin un espacio local, y sin una visión precisa de la política que se debía seguir? ¿Qué razones determinaron que no se siguiera la tendencia de fundarse la Biblioteca Nacional en América a partir del fondo existente en la Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País?
Agua pasada no mueve molino, y lo que sucede, como dice el refrán popular, siempre conviene. Sobre todo, si sabemos sacar conclusiones positivas de los análisis que realicemos, y por lo tanto, ya no hay marcha atrás, pero no debemos pasar por alto la importancia y el peso que tuvo en la Colonia, y en la República Burguesa, dicha Sociedad, y sus miembros en el avance científico, educacional y literario de nuestro país, y en particular su Biblioteca; pero además, fue también en cierto modo muy avanzada y muy justa a finales del siglo XX, como lo señalara José Martí, cuando aplaudió la entrada de Juan Gualberto Gómez a tan selecta institución, por lo tanto como intelectuales y bibliotecarios de este momento, démosle aún más el reconocimiento público que se merece a dicha institución, y a su biblioteca.