En días pasados diferentes instituciones matanceras como el museo provincial Palacio de Junco, la Casa de la Memoria Escénica, y el museo Farmacéutico de Matanzas realizaron un homenaje a la memoria de investigador, coreógrafo y escritor Ángel Luis Servía Boada. Wenilere Cardenense suma al concierto de estas evocaciones. A los textos del teatrista René Fernández, director del Grupo Papalote y Premio Nacional de Teatro, y del dramaturgo y novelista Ulises Rodríguez Febles director de la Casa de la Memoria Escénica aparecidos en el contexto de aquellos homenajes, se suman en esta ocasión los del narrador y ensayista Alberto Abreu Arcia Premio Casa de las Américas 2007, y del músico Jesús Berrio, radicado en España, así como imágenes de la filmación una extensa entrevista que Ángel Luis le concediera en noviembre del 2009 al programa Afrolatinos Tele. Todos estos documentos dan fe del poderoso magisterio y la huella indeleble que dejó en quienes lo conocimos.
El Brujo y la enorme sabiduría de los imaginarios que me fue develando
Por: Alberto Abreu Arcia
Mi amistad con Ángel Luis (El Brujo) se inició justamente en 1982 cuando comencé a trabajar como asesor literario en la Brigada XX Aniversario en el municipio de Jagüey Grande, donde ya él laboraba como profesor-instructor en la cátedra de Danza. Le debo muchos aprendizajes que fueron decisivos en mi construcción como intelectual negro. El más trascendental de todos fue el reconocimiento y orgullo de mi identidad racial, la sabiduría y espiritualidad mis ancestros.

Poseía una inteligencia intranquila, excesivamente confrontacional, receloso de verdades acuñadas. Su formación por esa fecha era eminentemente autodidacta. No es hasta finales de la década del ochenta que concluye el curso de instructores de arte y, posteriormente, en los noventas, que se gradúa del ISA. Pero poco debió aportar la academia a su peculiar modo de leer los procesos, y prácticas que configuran nuestro universo santero en tanto expresión de la religiosidad popular cubana. Como investigador su metodología era bastante heterodoxa descansaba en eso que hoy llamamos “conocimientos situados” que, en su caso, provenían de la misma praxis religiosa (fundamentalmente arará), de sus inserción y continuo diálogo en el espacio santero donde creció.

Recién hoy, cuando acaba de aparecer por ediciones Ilíada mi novela La noche es testigo, me doy cuenta de su impronta en mi vida. La novela, —y justo ahora que escribo esta líneas evocándolo es que reparo en ello—es un homenaje a él. A los imaginarios que les robé o que me fue develando: el barrio matancero de Los Mangos, la legendaria Fermina Gómez, el espiritismo, Enriqueta Alfonso (su muerta). Su cuarto ubicado en Marchena entre Buena Vista y Capricho, en pleno corazón del Callejón del Chivo, con el entra y sale de los ahijados, amantes furtivos, la rumba, nuestras discusiones sobre literatura, arte y la vida, porque el alcohol lo ponía a filosofar. Sus razonamientos establecían conexiones insospechadas, demasiadas escandalosas para mi pensamiento bastante ortodoxo en aquellos años. Iba de Lezama al espiritismo. Tildaba al primero y toda la literatura que como joven escritor leía de eurocentrista. La contraponía con África, su ancestralidad y sabidurías silenciadas. Qué forma extraña de articular un saber donde todo se mezclaba: Frazer (La rama dorada), Stanislavski, Fernando Ortiz, Furé, el Yi King, el Tarot, los caracoles, las cartas, el libro de los Rosas Cruces. Un fenómeno que solo pude entender años después cuando conocí a Tomás González y leí su ensayo “La moda de la ritualidad”.
Como hijo de Eleguá, el Brujo, tenía la capacidad de subvertirlo todo. Donde quiera que llegaba, incluso si nos montábamos en una guagua secuestraba las miradas de los presentes, todo lo viraba al revés. Era su forma de llamar la atención. De robarse el show. O a lo mejor estaba en su temperamento. Esto lo hacía un creador incansable y versátil, no solo montaba coreografías espectaculares que eran premiadas en festivales ante la envidia profesional de sus colegas, dirigía una comparsa infantil en los carnavales, sino que escribía teatro, poesía, investigaba, leía de manera voraz. Sus textos siempre relacionados con el mundo y la cosmogonía de la diáspora africana, su ritualidad estaban cargados de proverbios y sentencias reveladoras. Su trabajo con René Fernández y el tono de los parlamentos en El gran festín, inspirado en la cultura de raíz Arará Dahomey es una muestra de ello.
Entre sus mitomanías, —como todo gran artista él también tenía las suyas—, decía que había nacido en tierra de ewardo, y que era rey por naturaleza. Lo cierto es que, como la mayoría de nosotros, provenía de una familia desclasada; aunque (como hace Juan Francisco Manzano en su Autobiografía) continuamente se preciaba de que en su infancia había transcurrido con lujos, y que fue un niño “diferente”. Contaba que su padrastro, un exconcejal, y lo llevaba y recogía en su carro de la escuela antes la mirada envidiosa de todos. Lo cierto es que provenía de un entorno marginal. Y esto, para gracia o desgracia, lo condicionaría profundamente. Negro, maricón e intelectual en un barrio como Los Mangos es algo que marca profundamente, o en una sociedad tan racista y homofóbica como la cubana te obliga a esforzarte el doble o el triple, caminar por encima de las trampas para “poder llegar”. Aunque el continuamente repetía que los negros abakuas de su barrio decía que los problemas de la leche nunca llegan al corazón.
La certeza de que aún hoy, seguimos caminando.
Por: Jesús Berrio

A veces, resulta difícil medir la impronta que deja un alma grande en quienes le rodean. Tal es el caso de mi querido amigo Ángel Luis Servía (el Brujo) como todos le llamábamos. Aunaba misterio e ímpetu a partes iguales, emanaba esa rica ancestralidad negra que no puede ocultarse porque tiene voz propia, y aflora como brisa marina en la noche. El Brujo llegó a mi vida en los albores de mi juventud, resultaba imposible sustraerse a tanta algarabía, a tal torbellino de talento, a aquella risa hechicera y edulcorada a la vez. Era el paroxismo de la danza, la música, la poesía, una profusión de filosofías y auténticas revelaciones, un iniciado en todos los templos ocultistas y de sapiencia inefable. Cómo no recordarte querido amigo, si estás en la carta locuaz de la baraja, en la voz del Éggun que susurra mi oído cada noche, y en la libación de miel que necesita el mundo. Quiero quedarme con tu alegría desmedida, tu risa descomunal y tu trato afable, esto, me da la certeza de que aún hoy, seguimos caminando.
Ángel Luis Servía Boada: Por siempre
Por: René Fernández Santana

Me es difícil hablar de Servía sin el auxilio de mis manos que para el significaban mucho, y con las que me hizo escribí mucha mitología de sus sueños.
Servía es por naturalezas humana un artista religioso soñador. Calderon de la Barca decía («y los sueños sueños son») en Servía los sueños eran, nacían en las no realidades del rito y la escena. Renía el don de herencias ancestrales y la cosmogonía del reflejo de lo que aún somos y es alma de la identidad donde religión y arte se enlazan y es sujeto y no objeto en nuestro patrimonio cultural.
En el templo de Daoiz 83 Servía nos enseñó, educó el acento y valores lingüístico de origen yoruba, arara, congo, su semántica, su sintaxis, su verbo de tierra y rios, sus cantos y bailes. De Servía es imposible olvidar recuerdos de su particular carácter humilde, ocurrente, revelador, jaranero, bebedor, refranero, sentencioso, siempre amigo, hermano y familia de todos los que realizamos juntos ∆ él la memoria historia del ciclo afrocubano en papalote.
Teatro papalote respira su legado.
En mayo de este 2025 Servía se paseaba por la escena de Papalote en los ensayos de Ochún y el espejo mágico, se sentó junto mí y me dijo con su única voz de sabiduría: Ochún no es un cliché de diosa, es la interpretación y expresión de múltiples mujeres cubanas. Se que no puedes estar en mí homenaje, /me lo dijo Marcia /, y se que no estás bien de salud, pero te aseguro que pronto estarás mejor. Me voy allá arriba a organizar el archivo de las leyendas de Olofí, tengo esa orden y tú bien sabes que con el no se juega. No se fue nunca de mi lado, el es irreverente por naturaleza. Sus sueños fueron y son hermano de los títeres cubanos.
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Servía, el legado
Por: Ulises Rodríguez Febles
Es meritorio que Ángel Luis Serviá Boada haya sido recordado en el Museo Farmacéutico, con la presencia de varios de los que conocieron. Se le agradece ese acto de justicia a la directora de la institución Marcia Brito, con un vínculo auténtico con la escena matancera, y que haya propiciado que el espíritu del bailarín, coreógrafo, asesor, investigador y sabio de los temas negros, se revelará en la voz de muchos.
El Museo Provincial Palacio de Junco, un mes antes, también le había dedicado una muestra, que tuvo entre otros documentos y objetos, los que conservamos de él, en la Casa de la Memoria Escénica.

El homenaje, suscitó testimonios cruzados de muchos de los que lo conocieron, como fue el recuerdo del pintor Luis Felipe Franco de Jagüey , que rememoró su presencia en la emblemática Brigada XX Aniversario en Jagüey Grande, que fue donde también, yo lo vi por primera vez, en su intensa labor como instructor de arte, propiciando la creación de nuevas agrupaciones, en el Plan de Escuelas al Campo.
Pero Servía, fue además de investigador, acucioso estudioso y practicante, uno de los fundadores de la Compañía Danza Espiral, a la que le entregó su sabiduría danzaria y ancestral; pero también algunos de los espectáculos de tema negro, de esa etapa, en los que demostró su sabiduría y creatividad, por su amiga y compañera de creación, la maestra Liliam Padrón.
Su presencia también estuvo en los Concursos de Coreografía e Interpretación Danzandos, y en el Boletín oficial del evento, en los que se pueden leer varios artículos y reseñas, que dan cuenta de su pensamiento.
El ensayista, narrador e investigador cardenense Alberto Abreu Arcia Arcia, Premio Casa de las Américas, refiere sobre Serviá: «Excelente investigador y coreógrafo. Le debo muchas cosas que con el tiempo resultaron claves para mi formación intelectual y para mi entrada al mundo de la Negritud. Le debemos un gran evento que esté a su altura»
En Papalote, donde contribuyó, con su labor como asesor folclórico y danzario, René Fernández Santana, Premio Nacional de Teatro 2017 opinó: “Escribí mucha mitología de sus sueños. Servía era un artista soñador. Sus sueños provocaban el rito y la representación, porque tenía el don de herencias ancestrales y la cosmogonía del reflejo. Nos enseñó, educó el acento y valores lingüísticos de origen yoruba, arará, Congo, su semántica, su sintaxis, su verbo»
Varios recuerdan a Servía por su carácter humilde, ocurrente, revelador, jaranero, bebedor, refranero, sentencioso y buen amigo. También refieren «sobre su labor en espectáculos de cabaret, como lo fue el desaparecido El pescadito, de la ciudad de Matanzas. Jugó un papel importantisimo en la formación de los bailarines en la provincia, el fue el promotor de los cursos de habilitación en esa especialidad», apuntó Cari Padilla
En Servía Boada, se sintetizan muchas aristas de su creación, conocimientos y sabiduría. Su legado permanece en muchos, se evidencia en su formación, y su recuerdo, revela lo imprescindible, que son ciertas figuras para la cultura matancera cubana y especialmente, para la escena.